jueves, 18 de noviembre de 2010

El Pobre Diablo

Tiene la cara de un diablo estúpido o de un pobre demonio corriendo a mil por hora o de un kamikaze con mala puntería. Es gordo y moreno y está lleno de pelo. Si se quita los pantalones cuesta trabajo verle la verga o el culo por la cantidad de pelos que tiene. La barba le crece desde los pómulos y el pelo de su cabeza abarca la mitad de su frente. Siempre está sonriente y siempre está mintiendo. Tiene veintitrés años y se llama Lauro.

El mal tiene una estrecha relación con la mentiras, es por eso que algunos vemos en ellas siempre algo de muerte e intentamos olvidarlas u olvidar que son mentiras. Lauro es un mitómano y lo ha sido desde muy pequeño.

El padre de Lauro es de mala reputación. Hay señoras de mucho dinero que escondidas en sus fortalezas de jardines, sirvientes y murallas aseguran que el padre de Lauro fue prostituto de joven. Dicen, bajando un poco el tono de voz, que no distinguía entre hombres y mujeres, que todos podían ser sus clientes. Dicen que siempre estaba drogado en las fiestas, que toda la vida fue un gigoló y vivió de sus mujeres; primero de su madre, después de una novia, después de su primera esposa y después de la segunda. Tuvo hijos con las dos esposas y uno con la novia de antes. Lauro era producto del segundo matrimonio, el mas chico de todos.

Cuando Lauro tenía siete años su papa lo llevaba a dar vueltas en el coche de su madre, ponía un casette de Luis Miguel y prendía un porro. Le contaba todo tipo de historias; de sus días como gurú de publicidad en Los Ángeles, de las muchas novias que tuvo antes de su mama, de cómo le gustaba dormir con su mama, de muchas cosas, y al cabo de muchas vueltas y otro porro, el padre de Lauro se cansaba y se paraba en el restaurante de un amigo para comer.

Años mas tarde Lauro llego a cuestionarse la veracidad de estas historias pero sin demasiada consciencia desistía rápidamente.

Lauro siempre fue muy curioso y muy travieso. Durante la pubertad, se vio involucrado en múltiples cizañas que terminaban en golpes sin que el participara. Era muy listo (mucho más que sus amigos) y nunca salió lastimado.

Lauro perdió la virginidad a los quince años con una niña dos o tres años mas grande llamada Nayeli. Una niña de origen humilde que llevaba dos años cojiéndose a pubertos adinerados sin saber realmente muy bien por qué. Vivía sola con su hermano, de ves en cuando su papa les mandaba dinero y a veces les ayudaba una tía.

Fue a casa de Lauro pensando que había una fiesta por que eso le había dicho Saúl por teléfono. Eso era lo que siempre le decía Saúl y cuando llego también se encontró con lo de siempre: Saúl y tres amigos borrachos. Le dijeron que todavía no llegaba la gente pero que se tomara una cuba y se la tomo y paso lo de siempre, se emborrachó y Saúl se puso de pie, se bajo los pantalones y le dijo:

- Verdad que la tengo bien grandota Nayeli. Chúpamela.

Y entonces Nayeli, sin saber muy bien por qué, se ponía a chupar la verga de Saúl. Cada cierto tiempo descansaba, le servían un vaso con tequila, le daba un trago y continuaba. Lauro miraba todo en el sofá de enfrente muy excitado. Moviendo los pies, apretándose la verga hasta levantarse y decir:

- Ven Nayeli, te quiero enseñar mi cuarto.

Lauro tiene una imagen muy baja de sí mismo. No le gusta pensarlo porque siente ganas de pedir perdón; a su mama o a sus amigos o a su perro. Pero eso de pedir perdón es una idea horrible de pensar, a Lauro no le gusta pedirle disculpas a la gente, tampoco le gusta mucho dar las gracias, aunque eso sí lo hace todo el tiempo, hasta cuando un niño pobre se acerca a su enorme camioneta y estirándole la mano le dice:

- Me da un peso por favor

Y Lauro siente una llama de culpa encenderse entre sus pulmones, la apaga rápidamente con un automático y despistado

- No tengo…gracias.

Lauro es un tipo orgulloso. No le gusta perder y es muy desconfiado. A mi nadie me hace pendejo, dice frecuentemente.

Lauro asume, entre muchas otras cosas, que sus amigos son como él. No se la cree si uno de ellos se porta amable con alguien mas, tampoco se la cree si alguien le protesta alguna insolencia. Lauro estÁ convencido que ellos la cometerían tanto o peor que el.

Pero sobre todas las cosas Lauro es un seductor. Es dueño y creador de un acto infalible. Vestido de colores combinados, oliendo a dos lociones diferentes y con una sonrisa inmensa, Lauro siempre conquista a quienes conoce. Les cuenta todo tipo de historias, y las cuentas con tal detalle que es imposible cuestionar su credibilidad. La verdad es que, en el mejor de los casos, las anécdotas de Lauro son exageraciones, y en la mayoría de las ocasiones son mentiras o robos de narraciones ajenas.

Un día Lauro es detenido por la policía mientras compra 500 gramos de marihuana a su dealer de cabecera, un tipo al que incluso ha invitado de fiesta y en la eufÓria de las tres de la mañana le ha asegurado quererlo mas allá de su relación comercial, que lo ve como un amigo y entiende perfectamente las condiciones de vida que lo llevaron a vender drogas y que puede confiar en el, que no por ser güerito es puto.

Los Policías encuentran los 500 gramos de marihuana en la mochila de Lauro y mil pesos en los bolsillos del dealer, dicen:

-Uy Guerito, ¡esta sí te va salir cara!

Con tranquilidad Lauro se baja del coche y olvidando toda calidez le dice al dealer que se quede en el coche. Se aleja un poco de la puerta con el policía, le sonríe, le da la mano y se presenta:

- Hola oficial, soy Lauro Gamboa. No queremos hacer esto un problema muy grande ¿Verdad? Escúcheme un segundo por favor, Mi tío es el procurador y no quiero tener que molestarlo a estas horas, tengo mil pesos en mi cartera y le puedo decir donde vive el joven que está sentado en mi camioneta y ahí pueden encontrar muchas cosas. ¿Qué le parece? No queremos hacer esto un problema muy grande ¿Verdad?

Lauro se salva tras pagar un poco mas de lo que había dicho por hacer el ridículo fingiendo una llamada a su inexistente tío.

Días después, en un aula universitaria donde un profesor habla en vano, piensa en el dealer y sospecha sentir dos cosas. Primero un poco de miedo: ¿Y que si ese cabrón viene por mi? Se muerde las uñas por un rato. No, no, no, pura paranoia. Nunca le dije mi nombre. Entonces entra la culpa pero es repentina, la tranquiliza, concluye que la culpa, en realidad, es de ese pendejo por andar jugando con fuego.

Sinceramente,
SEMV

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