domingo, 14 de noviembre de 2010

Continuación II

Confesión III


—y entonces esta conocida a la que me cuesta trabajo reconocer me toma del brazo, y me guía hasta la sala, hablándome palabras confusas sobre cuánto me ha extrañado, sobre cómo debí haberle escrito más, sobre el olvido insufrible en el que la he sumido —e inconsciente de su crueldad me hace preguntas para las que no tengo respuesta —y forzado por aquella maldita cortesía de la que pensaba haberme recuperado balbuceo por respuesta cualquier vaguedad apologética —y mis palabras me suenan huecas, falsas —meros gruñidos que no hacen referencia a nada, sonidos sin significado —porque hay un abismo inmenso entre lo que María me dice, y lo que yo oigo, y lo que le respondo, y lo que ella escucha —y un abismo todavía mayor entre lo que le digo y lo que me gustaría decirle, entre lo que ocurre afuera y lo que ocurre dentro —porque dentro de mí, ahora caigo en cuenta, se desarrolla la batalla del ser contra el tiempo, en la que la idea aterradora de que el mundo desaparece cada momento y es recreado cada instante se torna peligrosamente verosímil —volver a la patria de los diecisiete después de vivir otra vida ha deshilachado en mí el velo del autoengaño constante de la consciencia —y así desde que bajé del avión he descubierto que la realidad sólo existe precariamente, sostenida por alfileres entre las nadas paralelas del pasado y el futuro —y es por esto, porque volver ha desatado dentro de mi la gestación de esta batalla intolerable, tumor metafísico en metástasis que va creciendo como un embrión enfermo desde que puse pie de nuevo en este maldito país —es por esto que el órgano de la memoria verdadera, la involuntaria, me hace una falta terrible —porque es solamente a través de la memoria que podemos tender un puente de ser hacía el pasado, establecer algún tipo de puente, de continuidad —y es por esto mismo que ver esta casa y estos rostros de nuevo, o más bien ver esta casa nueva y estos rostros nuevos donde antes estuvieran los otros, ha conseguido producir en mí la sensación de insensibilidad que me ha llenado —ni siquiera está a mi alcance la tristeza, porque para el luto hace falta ser la misma persona antes y después de la muerte, y yo no soy el que era cuando Mariano vivía —y María no es la misma que era cuando yo la deseaba—


Sinceramente,

NMMP

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