Barcelona, abril de 2011. En la plaza de Sant Jaume, un grupo de mexicanos se reúne para protestar la muerte de 40 000 personas en la Guerra contra el Narcotráfico. Se lee la carta escrita por Javier Sicilia, poeta y padre de una de las víctimas quien ha convocado esta y otras manifestaciones. Después se leen textos de los voluntarios presentes. Entre el ruido de los turistas y las obras en una tienda de ropa cercana, escuchar las lecturas es casi imposible. Los policías miran sin entender muy bien que esta pasando, los mexicanos siguen leyendo aunque casi nadie los pueda escuchar. En el suelo hay un intento de altar de muertos con un curioso diseño que incluye papel picado. Personas se saludan y hablan en voz baja, como para no interrumpir al inaudible declamador. Turistas variopintos se acercan a sacar fotografías. Cuando ya no hay mas textos que leer, alguien propone un minuto de silencio. Todos se sientan en el suelo, y aun cuando el silencio es imposible, ahí están cuarenta o sesenta mexicanos sentados con la boca cerrada. Al final alguien empieza a gritar “¡No mas muertes!” o “¡No mas sangre!” Los presentes corean unas cuantas veces, hasta que el canto común empieza a menguar y se produce un extraño momento de incomodidad. Es obligado dudar sobre la razón de ser de este tipo de eventos, especialmente en el extranjero. Al final siempre queda la dignidad del símbolo, pero la impotencia experimentada cuando el encuentro concluye es una representación elocuente de la experiencia del grueso de los mexicanos ante la Guerra: la impotencia, la incertidumbre, la espera.
Cinco años después de su toma de posesión Felipe Calderón puede firmar la etapa mas sangrienta de la historia reciente de México. Algunos lo acusan directamente, otros defienden su coraje. Una cosa es cierta: nuestro país está en Guerra. Ahora bien, si se esta haciendo de un modo inteligente o no, es otro tema. Si en ciertas partes de la republica el crimen organizado y el gobierno son parte de la misma institución, también es otro tema. Si el político es un narco que se esconde o el narco es un político que sale en la tele, todos podemos discutir, especular, pelear. El único hecho certero es que México esta en Guerra y hasta el momento 40 000 personas han fallecido en consecuencia. No se puede vivir en un estado en Guerra sin tener una posición política ante esta, pero esta posición inescapable no significa que necesariamente tengamos consciencia sobre la ubicación real de nuestras acciones en relación a la Guerra.
José López Portillo, nuestro trágico y particular Citizen Kane, fue muy atinado cuando dijo que México corría el riesgo de convertirse en un país de cínicos. Al hacer de su vida el máximo ejemplo de ese mismo cinismo, firmó una profecía terrible. El problema nacional de hoy reside precisamente en esto. Si el país está roto es por que todos pensamos que ante el desastre se podía mirar al otro lado y que no iba pasar nada. Durante décadas abusamos de este extraño privilegio y las consecuencias, tormentas de cadáveres encarrerados desde el pasado, empiezan a revolcarnos hoy. Y sin embargo, todos estamos indignados, como si el problema no fuera nuestro, como tuviera evidente solución.
Ser Presidente es un trabajo sucio, en México y en todo el mundo. Los políticos han de pagar un precio para llegar a cualquier sitio de poder, ellos lo saben, nosotros lo sabemos. El poder es necesario para intentar cualquier cambio de gran alcance. Cuando se elige a un candidato, se le concede –por las razones que sean- una posición de poder para enfrentar los problemas que afligen a las mismas personas que lo votaron (y muchas más).
Independientemente de las dudosas condiciones bajo las que se resolvieron las ultimas elecciones presidenciales, el crimen organizado era un mal que ya afligía a la sociedad civil, por lo tanto, era un mal que se tenía combatir. Perderse en argumentos que delegitimicen al actual gobierno por los probables fraudes electorales del 2006 es mirar a otro lado, peor aun, es politiqueo. La Guerra que se está peleando hoy es mucho mas que partidísimo, el mal que la originó es mucho más viejo que el auge de sus muertes, el daño que el enemigo puede causar es irreversible y amenaza con la destrucción del Estado. Ante un problema así, las soluciones no pueden ser sistematizadas con argumentos solamente políticos. La culpa no es sólo de Calderón. La culpa no es sólo de los narcos. La culpa no es sólo del PRI. La culpa no es solo del Chapo. Nosotros somos la culpa.
Si el problema ha de enfrentarse no sólo se puede hacer desde el flanco militar, de esto no cabe duda. Sin embargo, debemos preguntarnos que podemos aspirar a lograr con estas movilizaciones sociales, declamaciones, cánticos y minutos de silencio. Si bien las marchas no pueden hacer mucho contra las dinámicas económicas, históricas y sociales que son el fondo de este conflicto, es importante reconocer que pueden tener un impacto enorme sobre la mentalidad de nuestra sociedad. Este movimiento —llamémosle como queramos: hastalamadrismo, nomasangrismo— tiene la capacidad de iniciar un proceso mental que puede llevarnos a un consenso, a una cierta cohesión de la sociedad que es precisamente la costura necesaria para componer la rotura que desangra al país. Es esta falta de cohesión, que está detrás de la tradición de saqueo impresa en el genoma nacional. Es esta idea de “yo y ellos,” “nosotros y ustedes,” que tiene a dos razas separadas entre ricos y pobres —grupos radicalmente separados y autoexcluyentes que, por cierto, comparten y viven de un modo diferente e injusto la misma Guerra. Si el gobierno fuese inteligente colaboraría con un presupuesto inusitado en la historia del país destinado a la prevención y rehabilitación, así como el apoyo incondicional que merece cualquier iniciativa ciudadana para ayudar a resolver este problema.
Cada uno de nosotros debe asumir su responsabilidad ética —que es, al mismo tiempo, una responsabilidad política— ante la tormenta que vivimos, y actuar de manera congruente. Si no, los minutos de silencio son solamente un montón de personas sentadas en el suelo, con la boca cerrada, esperando —y así no se ganan las guerras.
Sinceramente,
SEMV
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